Entrevista a Víctor Campal, arquitecto de los modelos modulares de Resan (parte I)

Las tipologías de viviendas que ofrece Resan Modular tienen por detrás parte del alma -y todo el diseño- del arquitecto Víctor Campal, quien en 2010 aceptó el reto propuesto por Juan Carlos y Ricardo Navazo para crear unos modelos de inmuebles con unas características muy concretas.

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La trayectoria profesional de Campal se inicia en el año 1995, en el estudio de Juan Vicente y Pablo Núñez, donde trabaja primero como aprendiz y posteriormente como colaborador. En el año 2001 abre su propio estudio en Salamanca, en la calle Veracruz. A lo largo de la última década Campal ha desarrollado su actividad profesional vinculado principalmente a la arquitectura residencial (viviendas unifamiliares y pequeñas promociones privadas) y al urbanismo en sus dos vertientes fundamentales, tanto al servicio de promotores privados como en su faceta de técnico de la administración pública, como arquitecto municipal de la localidad de Moriscos, donde ejerce desde el año 2006. También ha tocado otros campos, como la arquitectura sanitaria, la rehabilitación, etc.

A Campal le gusta decir que cada edificio o vivienda que hace “es única, pensada y adaptada exclusivamente a cada cliente y sus circunstancias”. “Intento llevar esta premisa a cada edificio que hago, incluso cuando se trata de una promoción de varias viviendas. Lo ideal sería que, aun es estos casos, en un momento determinado cada futuro propietario pudiera adaptar de forma sencilla su futura vivienda a sus propias necesidades”, aclara.

Cuatro años después de involucrarse en el proyecto de Resan, nos cuenta sus impresiones acerca de éste y de la situación y el futuro de la construcción modular.


P: ¿Cómo recuerdas ese primer planteamiento de colaboración con Resan?

R: Como muchas de las cosas que nos rodean, la colaboración con Resan se inicia de forma casi casual: Ricardo y yo nos reencontramos después de 25 años en una reunión de antiguos alumnos del Colegio Salesianos María Auxiliadora. Hasta ese momento nunca habíamos coincidido en el ejercicio de nuestras respectivas profesiones (promotor-constructor y arquitecto). Ese mismo día iniciamos una conversación en la que percibimos que teníamos algunas inquietudes e ideas comunes basadas en la necesidad de dar un enfoque distinto a la actividad de la construcción en general, y de la promoción residencial en particular. A partir de ese momento nos reunimos en diversas ocasiones y fuimos dando forma al objeto del proyecto.

En nuestra opinión, las peculiaridades del proceso constructivo que tradicional y mayoritariamente se ha estado ejecutando en nuestro entorno han dado como resultado que se haya generado en el hipotético futuro usuario y/o comprador de una vivienda cierto grado de desconfianza, más o menos fundada, hacia muchos de los agentes que formamos parte del proceso constructivo, y por añadidura, desconfianza en el propio proceso constructivo y de la promoción de viviendas. A esto han contribuido también de forma decisiva las connotaciones peyorativas que desde el año 2008, con motivo de la crisis económica que estamos atravesando, se han atribuido a este sector, en algunos casos justificadamente, en otros casos de forma manifiestamente injusta. 

En este contexto, lo que pretendían inicialmente Ricardo y Juan Carlos era distanciarse lo máximo posible de los vicios adquiridos por el sistema tradicional de construcción y promoción, para asumir otros sistemas más actuales: se trataba de obtener un modelo de edificios cuya fabricación estuviera más próxima al proceso que se sigue en una cadena de montaje, por ejemplo, de una fábrica de coches. Se trataba, por tanto, de intentar fabricar la mayor parte del edificio en un taller.

Una vez fabricada en el taller la mayor parte del edificio, es necesario que pueda ser transportado al lugar donde se instalará definitivamente, lo que condicionará sus dimensiones. Previamente a la implantación definitiva en la parcela, el futuro usuario de la vivienda ha visto ya en el taller el resultado de lo que ha comprado, que nunca será algo no deseado, o no elegido por él. Como cuando se compra un traje prêt à porter, o un coche, por seguir con el ejemplo. Todo por recuperar la confianza del nuevo usuario….


P: Y después de darle muchas vueltas a estas ideas, ¿a qué conclusión llegasteis?

R: Después de varias propuestas, llegamos a elaborar un proyecto de un pequeño edificio cuyas dimensiones, una vez construido en el taller, le permitieran ser trasportado de forma más o menos sencilla por medios normales. A ese pequeño edificio inicial  lo llamamos MÓDULO (de forma evidentemente poco original).

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A partir de ese pequeño edificio, por adición de dos o más de estos módulos se deben resolver la mayor parte de las necesidades que pudiera plantear un futuro propietario, tanto  respecto del programa funcional (dimensiones, número de habitaciones, etc.), como de la geometría y dimensiones de la parcela donde se pretenda instalar.

A esto se sumaba la petición de que fueran unas tipologías aplicables al desarrollo de promociones, es decir, a la construcción de casas estándar, no pensadas en principio para un cliente concreto. La idea es que el promotor, en vez de sacar a la venta una vivienda construida en una parcela, como tradicionalmente, quería ofrecer al cliente construirle un modelo determinado de casa en cualquier parcela.

[Campal apoya su explicación mostrando cómo se debían combinar estos módulos a través de una representación en pequeños cubos de cartón, un sistema que nos ayuda a entender tanto las posibilidades como las limitaciones que conlleva aceptar un encargo como este]

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